Mi mamá me mima I


Hola amigos. Me hubiese gustado darles buenas noticias luego de un largo tiempo ausente en el blog, pero la vida hace unos días me dio un duro golpe que aún hoy no sé si logre superar.

Mi madre con la que tenía un estrecho vínculo y con la que compartía muchísimo de su carácter y sensibilidad, partió de este mundo físico para irse de viaje a ese lugar al que todos nosotros tarde o temprano iremos.

Mi mente no está clara aún y mi fe también ha sido afectada, y lo único que se me ha ocurrido para no olvidar nuestros recuerdos juntos en este plano, es relatar algunas breves historias interesantes que tuve con ella.

Quizá no sea de tu interés, pero creo que es otra de las formas en las que puedo sanar poco a poco mi corazón.

Extrañaré abrazarla

Mi mamá, una heroína sin capa pero con mandil

Estas son dos historias que recuerdo vívidamente cuando era un infante. La primera historia siempre ha sido un recuerdo bastante extraño y bonito a la vez, pues empezó con un sueño. En este sueño ella me levantaba de la cama y me regalaba un carrito de plástico, que en aquellos años era el mejor objeto que pudiese tener, como lo sería hoy una guitarra.

El sueño fue tan real que pude sentir la alegría por tener ese pedazo de plástico entre mis manos. Lo curioso fue que en ese preciso instante ella me despertó del sueño y sin decirme nada me cargo entre sus brazos y me llevó a otra parte de la casa.

Yo aún somnoliento no entendía lo que pasaba, y grande fue mi sorpresa cuando vi sobre una mesa a aquel carrito de juguete que tanto deseaba, pero el mejor regalo que aún hoy recuerdo fue ese breve trayecto entre el dormitorio y la otra habitación donde estaba el carrito, ese cariñoso abrazo que recibí de ella mientras me llevaba. Jamás lo olvidaré.

La segunda historia también fue por esos años, cuando ya estaba en el colegio. También son recuerdos raros, pues aquella mañana ya en el colegio, sentí a los profesores algo inquietos después de un ligero temblor. Yo no sentí nada extraño, ni movimiento o lo que sea.

Lo único fuera de lo común fueron las nubes. Era invierno y como es usual en la costa peruana, por esas épocas el cielo está cubierto por gruesas y grises nubes. Sin embargo, después del temblor apareció un claro entre las grises nubes y se podía ver el cielo azul en una zona bien definida, un panorama muy llamativo por cierto.

Hasta el día de hoy mi única explicación para justificar el nerviosismo de los profesores fue ese acontecimiento en el cielo, y tanta fue su preocupación que suspendieron las clases.

Desde que tengo uso de razón sabía que mi mamá era una persona demasiado nerviosa, podía perder rápidamente el control por situaciones sencillas, y un temblor no era una situación sencilla... todo lo contrario.

La incertidumbre de ese momento también me comenzó a afectar hasta casi llegar a las lágrimas, pero todo aquello quedó borrado cuando al salir del colegio vi a mi mamá parada junto a otras madres. 

Lo memorable fue ver su pose de superhéroe, había venido en bicicleta de la que todavía no había desmontado. Tenía el cabello alborotado que se movía con el viento, y lo más llamativo para mí fue que ella nunca salía fuera de casa sin antes arreglarse, pero esa vez ella había salido con el mandil puesto.

Verla allí me llenó de alegría y tranquilidad... y bueno ¡no iba a tener clase ese día! ¡yupi! ¡a jugar!


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